EL MAESTRO ES VOZ DIVINA
(Poema)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Un sentido homenaje a
todos los maestros.
de Colombia y el mundo.
¿Qué si qué es ser un maestro? Es ser y grande y
proyectarse
A la altura con las alas del lumínico pensar…
Con la mente siempre abierta y el espíritu anhelante
Conquistando los senderos de la azul inmensidad.
El maestro es frase tierna, voz amiga y decidida,
Es la ciencia que se encumbra con rigor y majestad.
Es la búsqueda constante del saber que fiel anida
En el mundo y sus senderos de prolija realidad.
El maestro es libro abierto y es consejo que
oportuno
En la dura encrucijada del muchacho en su vivir…
Firme indica los caminos a seguir, como ninguno,
Con la esencia de la vida que construye el
porvenir.
¿Quién no tuvo un día un maestro que con frase
madurada
Al calor de la entereza y la sapiencia vesperal;
Decidiera sus destinos y le diera nuevas alas
Con que alzar un alto vuelo en el sendero
celestial?
¡El maestro es Dios un día! ¡Jesucristo en nuestras
aulas!
Mano diestra que nos lleva hacia la aurora a
revolar…
¡Un Maestro dio a los hombres Buenas Nuevas de
esperanza,
Con el pan de eterna vida como un vivo manantial!
Mientras haya quien estudie mil infolios y procure
Conquistar grandes alturas de prolífico saber…
¡Habrá Dios, habrá esperanza y una patria que
perdure
En las aulas del que enseña por amor a su deber!
Mayo 15 de 2006
Fuente: Este
poema en homenaje de todos los maestros de Colombia y del mundo lo escribí como
contribución a la Fiesta del Maestro en el año de 2006, en la
institución educativa capitalina en la cual laboraba por entonces.
Reflexión:
No existe en Colombia la tendencia a reconocer socialmente la
figura del maestro o pedagogo como la persona que contribuye a mantener viva la
conciencia y estructura sobre la cual reposan los cimientos vivos de la nación. No estoy asumiendo ahora la defensa a
ultranza de la figura del maestro, por el hecho que yo sea uno de ellos.
Simplemente llamo un poco la atención sobre cómo en otras épocas y momentos de
la historia se reverenció y veneró al maestro como aquel poso de infinita
sabiduría, sobre cuyos hombros descansara la responsabilidad de formar a los
nuevos ciudadanos, los hombres que nacían con los rayos de la aurora de los
días que habrían de venir.
En la Grecia
clásica las familias más acaudaladas solían designar al más sabio y
estructurado de sus esclavos para que se encargara de la educación de los niños
de la casa. A este esclavo se le colmaba de honores y se le daba el título
honorífico de pedagogo. Paidos = Niño // Agein= conducir. Es decir, el
que lleva o conduce al niño (de la mano). Posteriormente cuando el general
Pompeyo conquistó con sus legiones a las ciudades griegas y las añadió al
gigantesco Imperio Romano en calidad de provincia, las clases patricias de la Ciudad Eterna
enviaban a sus emisarios a Atenas, en procura de los más avezados y sabios
maestros para confiarles la educación de sus hijos. ¡Necesito un maestro para mis hijos, pero necesito que sea griego!
Se solía decir entonces.
Los romanos a su vez dieron en llamar al maestro: Magister,
al parecer formando este vocablo a partir de la expresión griega: Hermes
Trimegisto ,
en alusión a la advocación del habilidoso dios griego del comercio, en su
advocación de padre y señor del conocimiento.
Ser maestro es asumir la principal
meta que se trazara en la vida Jesús de Nazaret, el maestro por excelencia, el
primero de los ministros de la enseñanza. A su imagen y semejanza, el verdadero
maestro enseña, orienta, se arma de un océano infinito de paciencia cuando su
talento para enseñar y hacer entender a
otro lo que un día él debió aprender, se vea puesto en tela de juicio.
Nunca se desanima, sigue adelante así sienta que sus enseñanzas caen en el
abismo de la indiferencia y la incomprensión. El maestro genuino lee
permanentemente, no se echa sobre los falsos laureles de la autosuficiencia, en
la ilusoria expectativa de haber logrado las mieles del conocimiento absoluto.
Un gran maestro –Aristóteles-, motivó al macedonio Alejandro Magno a acometer sus más grandes y
espectaculares conquistas. Igualmente fueron los sabios maestros Simón
Rodríguez y Andrés Bello, quienes infundieron en el joven Simón Bolívar el amor
a las letras, a las leyes, la ilustración y echaron las simientes de su indeclinable
espíritu de libertad. El Maestro es Dios
un día, sublime artífice de la
palabra y el conocimiento en el espacio infinito de las aulas, donde forja almas, caza talentos y enrumba el
vuelo de las nacientes águilas hacia las alturas inconmensurables de la
grandeza y el triunfo.