EL CAMINO HACIA LA
FELICIDAD
(Cuento de autor anónimo)
Vivía
en un lejano país, hace mucho tiempo, una hermosa y joven princesa quien, a la
muerte de su padre debía heredar el trono. Pero la princesa era muy poco feliz.
Preocupado el rey por la amarga suerte de su hija, llamó a los sabios de su
Corte y les ordenó que escribiesen algunas cortas reglas acerca de la
felicidad, para que su atormentada hija las practicase y cesara así su
angustia.
Los
sabios, después de muchas deliberaciones, buscaron al rey y le manifestaron que
no podían escribir nada sobre la felicidad pues ignoraban su recóndita esencia.
La princesita se entristeció aún más y lloraba inconsolablemente. Las lágrimas
de su hija impacientaron al rey hasta tal punto que reunió de nuevo a los
sabios y les manifestó que si no l entregaban en el término pocos días la fórmula de la felicidad, los mandaría
ahorcar. Era sin duda un hombre muy cruel. Ellos le pidieron diez días de
plazo, pues habían oído decir que allá, en las altas montañas, vivía un
ermitaño que conocía el secreto de la felicidad. El rey accedió.
Emprendieron
la marcha y, ascendiendo trabajosamente, siempre ascendiendo, apoyados en sus
bastones, con sus largas barbas y sus blancos cabellos al viento, iban en fila
en busca del extraño eremita. Sólo animales montaraces encontraban en el camino,
y nieblas y rocas que obstaculizaban su andar. Al fin llegaron al pie de un
inmenso peñasco. Dos rocas entreabiertas daban la impresión de una puerta, tan
grande como la de una catedral. A su entrada esta escrito un insólito letrero,
en una extraña lengua. Uno de los sabios descifró su significado. Decía: “Nadie busque la felicidad…”
- “No entiendo”, dijo uno de los
sabios; y otro mesándose los cabellos, exclamó:
- “Después de tan penoso viaje nos
hemos venido a enterar de que la felicidad no existe”.
- “¿Quién nos contó que aquí vivía
un ermitaño que sabía lo que nadie sabe, incluso el secreto de la felicidad?”
- “Leamos mejor” dijo un tercero: “Nadie busque la felicidad… fuera de sí
mismo, pues no existe”.
- “A mí me parece que la frase queda
completa con lo que yo acabo de traducir, es decir, que nadie encuentra la
felicidad fuera de sí mismo”.
Los sabios estuvieron de acuerdo en que evidentemente, tal como la
leyenda lo indicaba, la felicidad la puede crear uno mismo, en donde quiera que
viva, si así lo desea.
- “Así es”, dijo entonces una voz
ronca y temblorosa que salía del fondo mismo de la caverna. La felicidad radica
en el espíritu. Todo lo que de él se aparte no es felicidad. Y el espíritu es
el hombre”.
Apareció
entonces el ermitaño: alto, flaco, viejo, pero con aspecto de gran
tranquilidad.
-“Dinos,
por clamor de Dios, pidió con angustia uno de los visitantes, en qué radica la
felicidad, pues estamos amenazados de muerte por la cólera del rey.
-La felicidad… (y el ermitaño
sonrió bondadosamente) ya sabemos que no existe fuera del espíritu, es decir,
del mismo hombre que la busca afanosamente. Si no la halla dentro de sí mismo,
es inútil que la busque por tierra, mar o aire, ni aún dándole la vuelta al
mundo siete veces”.
Y
poniendo en sus manos un pergamino envejecido por el tiempo, dijo: “Id y llevad
a vuestro pueblo este mensaje, hacedlo conocer de todo el mundo; pedid a las
gentes que lo practiquen”.
Uno
de los peregrinos leyó ahí mismo el mensaje. Decía:
CONSEJOS PARA SER FELIZ
“Vivir contento con medios moderados; buscar la elegancia más que el
lujo
y el buen gusto, más que la moda.
Aspirar a ser respetable antes que a ser respetado. Y acomodado antes
que a ser rico. Estudiar con ahínco; pensar calladamente; hablar con tino y
proceder con franqueza; oír lo que dicen las estrellas y las aves, los niños y
los sabios con el corazón abierto de par en par; soportarlo todo con una
sonrisa en los labios; hacerlo todo con valor; aguardar las oportunidades; no
precipitarse nunca; en una palabra: dejar que lo espiritual, lo espontáneo y lo
inconsciente prosperen a través de lo común”
Los
sabios regresaron a su país, jubilosos de haber escapado de la muerte. Le
entregaron al rey los consejos del ermitaño, tal como de este los recibieron. No
se sabe si la princesa trató de seguir tan bellas fórmulas de conducta humana.
Pero de lo que sí hay seguridad es que el rey ordenó que ellas fueran grabadas
con letras de oro en todas las escuelas de su vasto imperio.
Fuente: ¿Quién podría ser el autor de tan hermoso y
espiritual cuento? Infortunadamente en
el avejentado libro de lecturas primarias de la década de los setentas donde lo
hallé refundido, entre páginas amarillentas y raídas por el paso inclemente del
tiempo no aparecía información documental sobre el mismo. Posteriormente me
hice a una versión más reciente (y más afortunada) de tan hermoso texto, sin
que la situación mejorara. Se trata de un relato deontológico de indudable
origen europeo, con cuño estoico, que llegó a nuestro país vía España en la primera
mitad del siglo XX. Existe una variante del cuento titulada El Rey enfermo de melancolía, escrita
por el autor francés Anatole France, según el valioso dato documental que
aporta el filósofo y pedagogo venezolano Antonio Pérez Esclarín [1] en su libro Educar valores y el valor de educar. En
dicha variante la felicidad radicaba en la camisa de un humilde pastor. Cuando
los emisarios del Rey le pidieron dicha camisa a cambio de indecibles riquezas,
se limitó a responderles que simplemente no tenía camisa. ¡Nunca la había
tenido! ¿Cuál cuento es un variante de
cuál? Pienso que esta última versión deriva del primero. Hacer radicar la
felicidad en algo material (así sea simbólico) se aparta decididamente de la
profunda trascendencia de los Consejos
para ser feliz que el sabio ermitaño le da a los emisarios reales del
primer relato. En todo caso amigo lector aquí está el análisis de tan bello y
espiritual cuento.
[1] PÉREZ ESCLARÍN, Antonio. Educar
Valores y el valor de Educar. Eds. San Pablo. Caracas (Venezuela), 1998.
Págs. 95-96