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MADRID, CUNDINAMARCA, Colombia
Escritor, investigador y humanista colombiano, con estudios en filosofía. Fomentador de los cánones clásicos de la poesía española e hispanoamericana, en un sano marco de patriotismo colombiano y latinoamericano.

domingo, 24 de abril de 2016

EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD (Cuento de autor anónimo)


EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD
(Cuento de autor anónimo)

Vivía en un lejano país, hace mucho tiempo, una hermosa y joven princesa quien, a la muerte de su padre debía heredar el trono. Pero la princesa era muy poco feliz. Preocupado el rey por la amarga suerte de su hija, llamó a los sabios de su Corte y les ordenó que escribiesen algunas cortas reglas acerca de la felicidad, para que su atormentada hija las practicase y cesara así su angustia.

Los sabios, después de muchas deliberaciones, buscaron al rey y le manifestaron que no podían escribir nada sobre la felicidad pues ignoraban su recóndita esencia. La princesita se entristeció aún más y lloraba inconsolablemente. Las lágrimas de su hija impacientaron al rey hasta tal punto que reunió de nuevo a los sabios y les manifestó que si no l entregaban en el término pocos  días la fórmula de la felicidad, los mandaría ahorcar. Era sin duda un hombre muy cruel. Ellos le pidieron diez días de plazo, pues habían oído decir que allá, en las altas montañas, vivía un ermitaño que conocía el secreto de la felicidad. El rey accedió.

Emprendieron la marcha y, ascendiendo trabajosamente, siempre ascendiendo, apoyados en sus bastones, con sus largas barbas y sus blancos cabellos al viento, iban en fila en busca del extraño eremita. Sólo animales montaraces encontraban en el camino, y nieblas y rocas que obstaculizaban su andar. Al fin llegaron al pie de un inmenso peñasco. Dos rocas entreabiertas daban la impresión de una puerta, tan grande como la de una catedral. A su entrada esta escrito un insólito letrero, en una extraña lengua. Uno de los sabios descifró su significado. Decía: “Nadie busque la felicidad…”

-   “No entiendo”, dijo uno de los sabios; y otro mesándose los cabellos, exclamó:
-  “Después de tan penoso viaje nos hemos venido a enterar de que la felicidad no existe”.
-   “¿Quién nos contó que aquí vivía un ermitaño que sabía lo que nadie sabe, incluso el secreto de la felicidad?”
-  “Leamos mejor” dijo un tercero: “Nadie busque la felicidad… fuera de sí mismo, pues no existe”.
-    “A mí me parece que la frase queda completa con lo que yo acabo de traducir, es decir, que nadie encuentra la felicidad fuera de sí mismo”.

Los sabios estuvieron de acuerdo en que evidentemente, tal como la leyenda lo indicaba, la felicidad la puede crear uno mismo, en donde quiera que viva, si así lo desea.  

-   “Así es”, dijo entonces una voz ronca y temblorosa que salía del fondo mismo de la caverna. La felicidad radica en el espíritu. Todo lo que de él se aparte no es felicidad. Y el espíritu es el hombre”.

Apareció entonces el ermitaño: alto, flaco, viejo, pero con aspecto de gran tranquilidad.

-“Dinos, por clamor de Dios, pidió con angustia uno de los visitantes, en qué radica la felicidad, pues estamos amenazados de muerte por la cólera del rey.

-La felicidad… (y el ermitaño sonrió bondadosamente) ya sabemos que no existe fuera del espíritu, es decir, del mismo hombre que la busca afanosamente. Si no la halla dentro de sí mismo, es inútil que la busque por tierra, mar o aire, ni aún dándole la vuelta al mundo siete veces”.

Y poniendo en sus manos un pergamino envejecido por el tiempo, dijo: “Id y llevad a vuestro pueblo este mensaje, hacedlo conocer de todo el mundo; pedid a las gentes que lo practiquen”.

Uno de los peregrinos leyó ahí mismo el mensaje. Decía:

CONSEJOS PARA SER FELIZ

“Vivir contento con medios moderados; buscar la elegancia más que el lujo
y el buen gusto, más que la moda.
Aspirar a ser respetable antes que a ser respetado. Y acomodado antes que a ser rico. Estudiar con ahínco; pensar calladamente; hablar con tino y proceder con franqueza; oír lo que dicen las estrellas y las aves, los niños y los sabios con el corazón abierto de par en par; soportarlo todo con una sonrisa en los labios; hacerlo todo con valor; aguardar las oportunidades; no precipitarse nunca; en una palabra: dejar que lo espiritual, lo espontáneo y lo inconsciente prosperen a través de lo común”

 Los sabios regresaron a su país, jubilosos de haber escapado de la muerte. Le entregaron al rey los consejos del ermitaño, tal como de este los recibieron. No se sabe si la princesa trató de seguir tan bellas fórmulas de conducta humana. Pero de lo que sí hay seguridad es que el rey ordenó que ellas fueran grabadas con letras de oro en todas las escuelas de su vasto imperio.

Fuente: ¿Quién podría ser el autor de tan hermoso y espiritual cuento?  Infortunadamente en el avejentado libro de lecturas primarias de la década de los setentas donde lo hallé refundido, entre páginas amarillentas y raídas por el paso inclemente del tiempo no aparecía información documental sobre el mismo. Posteriormente me hice a una versión más reciente (y más afortunada) de tan hermoso texto, sin que la situación mejorara. Se trata de un relato deontológico de indudable origen europeo, con cuño estoico, que llegó a nuestro país vía España en la primera mitad del siglo XX. Existe una variante del cuento titulada El Rey enfermo de melancolía, escrita por el autor francés Anatole France, según el valioso dato documental que aporta el filósofo y pedagogo venezolano Antonio Pérez Esclarín [1] en su libro Educar valores y el valor de educar. En dicha variante la felicidad radicaba en la camisa de un humilde pastor. Cuando los emisarios del Rey le pidieron dicha camisa a cambio de indecibles riquezas, se limitó a responderles que simplemente no tenía camisa. ¡Nunca la había tenido!  ¿Cuál cuento es un variante de cuál? Pienso que esta última versión deriva del primero. Hacer radicar la felicidad en algo material (así sea simbólico) se aparta decididamente de la profunda trascendencia de los Consejos para ser feliz que el sabio ermitaño le da a los emisarios reales del primer relato. En todo caso amigo lector aquí está el análisis de tan bello y espiritual cuento.  


[1] PÉREZ ESCLARÍN, Antonio. Educar Valores y el valor de Educar. Eds. San Pablo. Caracas (Venezuela), 1998. Págs. 95-96  

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